Granadas: Un Testamento del Amor
- Krishna Salano
- 29 oct
- 2 Min. de lectura

Las granadas siempre han sido una de mis frutas favoritas. Siempre pensé que era porque eran jugosas y me atraen las frutas con muchas semillas. Nunca me di cuenta de que no era así, hasta que perdí la razón de mi amor por la granada.
La granada es una fruta exasperante, por decir lo menos. La mayoría de la gente prefiere no comerla porque el proceso para obtenerla es muy tedioso. Yo nunca tuve ese problema porque mi granada siempre estaba lista, esperándome. Mi abuela siempre se aseguraba de ello. Era uno de sus gestos de amor hacia nosotros.
Verán, como las granadas son una fruta particularmente exasperante, pelarla para alguien es un acto de amor. Demuestra paciencia, cuidado, delicadeza y, lo más importante: amor.
Mi abuela nunca se quejaba cuando llegaba la temporada de granadas y le pedía que me pelara una. Siempre lo hacía con tanto cuidado y cariño. Finalmente, me enseñó a hacerlo. Aun así, siempre sabían mejor cuando ella las pelaba. Nadie más, ni mi madre, ni mi hermana, ni mi padre, tenía la paciencia para hacerlo. Incluso yo a veces me daba pereza. Pero ella nunca. Incluso cuando sus manos y dedos se debilitaron con la edad, seguía pelándolas para mí, para todos. El temblor en sus manos y dedos nunca la detuvo, ni siquiera cuando tenía que pedir ayuda para abrir la fruta.
Así que, cuando llegó octubre de 2022 y mi padre entró con una cesta llena de granadas que nuestro árbol por fin nos había dado, sentí que el corazón me sangraba como las semillas de la fruta. Ese año estuvo lleno de primeras veces para mi familia porque tuvimos que experimentar muchas cosas por primera vez sin mi abuela, pero sentí que esta era especialmente mía. Me tocaba pelarlas. Sola. Por primera vez desde que tengo memoria, no había semillas esperándome en la nevera cuando volvía del colegio.
Con lágrimas resbalando por mis mejillas, me senté en el fregadero pelando mi propia granada. Recordé cuántas veces mi mamá y yo nos quejábamos del desastre que dejaba la granada en el piso. ¿Quién iba a pensar que extrañaría limpiar las semillitas que salían volando de la cáscara porque a sus deditos les temblaban un poco al pelarla? En ese momento, con las manos sobre el fregadero, deseé que esas malditas semillas cubrieran el suelo.
Cada año, desde que falleció, compro mis granadas o las recojo del árbol, me siento a la mesa y pelo una y otra para mi mamá. A ella nunca le gustó pelarlas, pero desde entonces intenta evitarlo siempre que puede. Así que decidí asumir esa tarea un tanto exasperante porque, aunque me duele pelarlas, también me reconforta y me hace sentir más cerca de ella. Casi como si fueran sus dedos guiando los míos mientras separo con cuidado las semillas de la cáscara. Aún no domino la técnica y a veces dejo semillas o las reviento sin querer, pero sé que algún día podré hacerlo como ella.
En conclusión, si alguien te quiere de verdad, pelará esa granada por ti para que no tengas que hacerlo.




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